miércoles, 28 de noviembre de 2007

Filtraciones de un vecino


Pedro Luis

Más allá, abismo de voces vencidas en la lluvia y corredera de gente. Más acá, resistencia versus natura y quien se descuide. No es momento para andar a medias tintas. Armado de valor con una botella de Comiteco Reposado en la siniestra, y una barreta – de las chicas – en la zurda, espera al vival saqueador que intente aprovechar las circunstancias.
Observa al vecino de enfrente, el Grijalva creciéndole en la orilla una barba blanca de costales rellenos de arena. Al otro lado del río, la popular colonia Gaviotas se ahoga en una inmensa negrura perdida en el caos.
Él, como muchos curiosos, hizo la visita obligada. La edad marina del vecino sube con algunos litros por segundos de esa vital sangre achocolatada que pasa en medio del corazón de la ciudad. “Cálmate, papacito, no te me alebrestes”, es el tate-quieto generalizado. Así desfilan muchos en la colonia, paraguas en mano, visitan al vecino que anda alebrestado.
Se confirma su inquietud. La barba no permanecerá mucho en el rostro del Grijalva. Ha comenzado un megáfono a decir que la voz que escuchan es el delegado de la colonia, ordena desalojar de inmediato. El río ha comenzado a desbordarse, es media noche.
Bebe de la botella de Comiteco Reposado y sigue su labor que le da algunos pesos y muchas horas de esparcimiento: muñecos de papel maché que engoma y pinta de varios colores. Ahora está haciendo unas calaveritas que simula a dos borrachines, se acerca el día de todos los muertos y prepara su altar. En la esquina más cercana se encuentra inclinada la barreta.
Los vecinos pasan por la ventana que da a la calle como un visaje incesante. Una y otra vez cargando los tiliches y la tele. Es la noche más larga del año, llegan bomberos, patrullas y ambulancias por todo el malecón. Es inútil, no se puede trabajar con tremendo escándalo. Se resigna sólo a beber, admirar la barreta y el corredero de gente.
Han llegado varios camaradas y compadres ha quererlo sacar. Le ofrecen la mano amiga – sin albur – para mover los tiliches. Muy sereno contesta: “No, gracias”. Todos dicen que saldrá cuando tenga el agua hasta el cuello. O cuando extrañe la cantina. Pero las que frecuenta estarán literalmente en el agua en las siguientes horas.
También pasa la infaltable vecina entrometida y escandalosa. Le ha metido un susto tan grande que por poco le suelta un golpe a puño cerrado cuando la señora entra como Pedro por su casa hablando de una visión apocalíptica del futuro inmediato. Dando gritos y manotazos al aire la señora jura y perjura que según su brujo de cabecera la destemplanza del río está conectada con el volcán Chinchonal; por esta dualidad cósmica de río y volcán se espera el fin del mundo en tan sólo unas escasas horas. La señora pregunta a rajatabla si no conoce a alguien de la radio o la tele para que le hagan una entrevista.; él, sin inmutarse sigue bebiendo Comiteco Reposado.
Han pasado sólo dos mujeres importantes ha verlo. A una la ama más que a la otra. Las dos le han ofrecido su cama como albergue. Sin embargo no se ha ido con ninguna. Su deber es quedarse para cuidar el altar que tanto esfuerzo le costó. “La memoria de los muertos no se inunda”, le dijo a la que más quería.
Es común recordar como empezó todo. En la calle de la esquina más cercana brotó la sangre achocolatada desde las alcantarillas sin que nadie pudiera hacer algo para evitarlo. “Y es que los pudieran y los hubieran nunca han servido para maldita la cosa.”
Ahora en la noche larga, los gritos hacia las Gaviotas aumentan. Él se acerca como todos a ver el inmenso velo marino que tiene a Gaviotas incomunicado. Los gritos de la gente a orillas de la tragedia llamando por el mote a los desaparecidos se vuelve el pan nuestro de cada gota. Curiosos y familiares se acercan a las escalinatas que bajan - o suben - al puente Gaviotas, de ahí en adelante todo es un reflejo de la misma noche apagada, noche de rutas ciegas.
La ayuda aparece en decenas de personas que traen lanchas de motor o de remos. Algunas velas o chispazos de encendedores se ven en la noctámbula. “Por allá hay gente” dicen dos o tres curiosos.
La hora ha llegado. La barba de costales se afeita con desbordes y filtraciones. El agua sigue su curso, invencible. Ha entrado al centro de la ciudad, al aposento del resistente. De inmediato ha refugiado la foto de su maestro y una de sus padres – a quienes está dedicado el altar –, junto con las ebrias calaveritas de papel maché. Han quedado a salvo en el último estante de un librero de aluminio.
En el fondo sabe que es inútil. El enemigo es vecino poderoso. No tiene caso poner más costales. Aunque quisiera, se encuentra ya en un estado de rómpete palco, grogui, en un arrullo de vocecita femenina que desde Comitán ha llegado a cantarle y dejarlo boquiabierto, con reposo y ronquido de damnificado.