Pedro Luis
La otra noche utilicé una playera con estampado. Un amigo me hizo el favor de hacer un diseño y trabajo en serigrafía. Es un doble perfil de un semblante conocido: se miran el uno al otro sobre una playera beige, donde luce en una dualidad plena, los rostros y las calvas de Carlos Pellicer en rojo bermellón. Fue en la noche del after, de la tocada mezclada con poesía en el Planetario; surgió a modo de broma, de cotorreo, esa puntada de invadir a la ciudad de playeras con estampados de sus tres poetas importantes: Pellicer, Gorostiza y Becerra. Imagínense la triada de bardos tabasqueños, imponiendo moda clandestina y piratona, apabullando al negocio de playeras negras que se venden y se pasean por el centro con frases tan ridículas como la de: “Busco novio con auto”, “Chiquita pero picosa”, “El casado es él” entre otras frases populares de nuestro vulgo.
Para contrarrestar esas palabras por supuesto estarían en primerísimo lugar, los versos de los poetas de donde tomaremos nuestra imagen, nuestro logo “comercial” si quieren llamarlo desdeñosamente; sería algo como la imagen de Kodak del Ché Guevara o Frida, producto artístico cien por ciento redituable. Entonces las playeras podrían tener la imagen casi imperceptible de José Gorostiza y sus anteojitos, abajo en cursivas, un verso de él: “Putilla del rubor helado, vamonos al diablo…”
O tomar la calva de Pellicer y tatuarle un verso, por supuesto de su autoría: “Noche en el agua. Yo te lo dije. Noche en el agua.”
No cabe duda, la imagen de José Carlos Becerra en playera negra, una foto donde se pasea por un cementerio de Europa o en la que posa junto a un cartel de una tocada rock por aquel continente. “Dinamiten el idioma de vuestra ciudad, logren el corto circuito en el sueño”
Lo mejor que les puede pasar a los poetas es que la gente se apodere de sus versos, que los distribuya y exprima el jugo de su lenguaje, donde deja de ser suyo cuando llega alguien, lee y reflexiona, se entusiasma y transmite. Es importante añadir: en estos tiempos donde hoy por hoy la imagen, elemento en su auge, más espectacular que nunca, el lenguaje todavía lucha contra el silencio.
Al final de aquella conversación entre cerveza y tabaco se concluía que el proyecto de “playeras poéticas” en los tianguis de la ciudad es una de las tantas formas de provocar algo entre la gente, entre transeúntes de salario mínimo, al que pocas veces saludamos o nos saludan, del señor que vende pescado en el mercado y tiene un momento para escuchar Telereportaje y otro para fijarse en el cuchillo rebanador de pulgares. Del chavo sin más casa que la calle, de chemo, cristalazo y pisa y corre. O quizás, en realidad y bajando a la residencia en nuestra tierra, todo esto nada más fue una conversación para pasar la francachela, lenguaje de aquellos que pasamos sin pena ni gloria sobre la sombrita y el calorón.
La otra noche utilicé una playera con estampado. Un amigo me hizo el favor de hacer un diseño y trabajo en serigrafía. Es un doble perfil de un semblante conocido: se miran el uno al otro sobre una playera beige, donde luce en una dualidad plena, los rostros y las calvas de Carlos Pellicer en rojo bermellón. Fue en la noche del after, de la tocada mezclada con poesía en el Planetario; surgió a modo de broma, de cotorreo, esa puntada de invadir a la ciudad de playeras con estampados de sus tres poetas importantes: Pellicer, Gorostiza y Becerra. Imagínense la triada de bardos tabasqueños, imponiendo moda clandestina y piratona, apabullando al negocio de playeras negras que se venden y se pasean por el centro con frases tan ridículas como la de: “Busco novio con auto”, “Chiquita pero picosa”, “El casado es él” entre otras frases populares de nuestro vulgo.
Para contrarrestar esas palabras por supuesto estarían en primerísimo lugar, los versos de los poetas de donde tomaremos nuestra imagen, nuestro logo “comercial” si quieren llamarlo desdeñosamente; sería algo como la imagen de Kodak del Ché Guevara o Frida, producto artístico cien por ciento redituable. Entonces las playeras podrían tener la imagen casi imperceptible de José Gorostiza y sus anteojitos, abajo en cursivas, un verso de él: “Putilla del rubor helado, vamonos al diablo…”
O tomar la calva de Pellicer y tatuarle un verso, por supuesto de su autoría: “Noche en el agua. Yo te lo dije. Noche en el agua.”
No cabe duda, la imagen de José Carlos Becerra en playera negra, una foto donde se pasea por un cementerio de Europa o en la que posa junto a un cartel de una tocada rock por aquel continente. “Dinamiten el idioma de vuestra ciudad, logren el corto circuito en el sueño”
Lo mejor que les puede pasar a los poetas es que la gente se apodere de sus versos, que los distribuya y exprima el jugo de su lenguaje, donde deja de ser suyo cuando llega alguien, lee y reflexiona, se entusiasma y transmite. Es importante añadir: en estos tiempos donde hoy por hoy la imagen, elemento en su auge, más espectacular que nunca, el lenguaje todavía lucha contra el silencio.
Al final de aquella conversación entre cerveza y tabaco se concluía que el proyecto de “playeras poéticas” en los tianguis de la ciudad es una de las tantas formas de provocar algo entre la gente, entre transeúntes de salario mínimo, al que pocas veces saludamos o nos saludan, del señor que vende pescado en el mercado y tiene un momento para escuchar Telereportaje y otro para fijarse en el cuchillo rebanador de pulgares. Del chavo sin más casa que la calle, de chemo, cristalazo y pisa y corre. O quizás, en realidad y bajando a la residencia en nuestra tierra, todo esto nada más fue una conversación para pasar la francachela, lenguaje de aquellos que pasamos sin pena ni gloria sobre la sombrita y el calorón.