
Pedro Luis
Emo decide circular por la colonia. Una de la tarde y el sol en su punto. Aun así, Emo sale con playera negra de manga larga, cuello de tortuga, con un estampado de su grupo favorito, Jimmy Eat World. Su madre desde la ventana dice lo de siempre: “.Ya te vas con los otros peludos a sudar por ahí; a ver cuando te cortas esas greñas…” Emo no la escucha desde hace tiempo; su cabello lacio y negro lo remata un peinado que deja ver un flequillo creciendo en límites nunca antes conocidos.
Pantalón gris y Converse negros con agujetas rosas. Emo descansa un rato en una de las bancas de la plaza, saca el maquillaje y se delinea los ojos de negro. Con el tremendo calor se escurren las líneas y Emo parece que tiene ojeras y se encuentra triste. Mamá lo mataría si sabe que Emo se delinea los ojos como una jovencita. Antes de volver a casa tiene que lavarse la tristeza.
Su IPOD también es negro. Escucha “Fallen” de Evanescence. Ha bajado de Internet una traducción al español de la letra. A Emo le gustan mucho los siguientes versos:
Ahora te diré lo que he hecho por ti
50 mil lágrimas he llorado
Gritando, engañando y sangrando por ti
Y aun así tú no me escuchas
Me estoy hundiendo
Antes de llegar a su destino, Emo siempre pasa por el puesto de periódicos, la señora que atiende siempre le frunce el seño. Emo nunca compra nada. Se queda una eternidad de minutos observando portadas de publicaciones amarillistas; los prensados en accidentes automovilísticos, secuestros y cuerpos dejados en calles solitarias, ajustes de cuentas de narcotraficantes. No toma mucho en cuenta otras primeras planas; los escándalos del mundo del espectáculo, las triquiñuelas de los políticos, los resultados de la jornada futbolística; eso a Emo no le interesa, sólo quiere ver la sangre en exhibición para todo transeúnte.
Ha llegado a casa de ella. No están los papás y es buen refugio temporal. Ella abre y para no variar la encuentra bella con ese peinado parecido al de él, un poco más largo; unas sombras intensas al rededor de los ojos intentan perder ese brillo adolescente en sus pupilas, y no lo consiguen. También lleva una playera negra ajustada con la portada del disco de Jimmy Eat World. Van directo a su habitación.
Todo está preparado. Como él se lo platicó una vez. La cama envuelta sólo con una sábana blanca, un preservativo color negro, la canción “In the middle” de Jimmy Eat World a todo volumen y repetida hasta la eternidad. A un lado del condón oscuro se encuentran dos hojas metálicas para rasurar. Es ahora o nunca.
Después de usar el preservativo negro descansan quince minutos, uno sobre el otro. El rito lo comienza ella que toma una de las hojas metálicas. Desnudos repiten el discurso que mantienen desde que se conocen. Están de acuerdo en que son incomprendidos, que los intolerantes no consiguen la eternidad, que las tribus urbanas ya no existen, ahora sólo hay grupos de enfrentamiento, saben que el mundo es triste porque ya nos lo comimos desde hace mucho. Todo eso los deprime. No vale la pena seguir caminando en calles tan pobladas de sol y agujeros negros.
Cuando de las venas brota la sangre de los dos, ella, excitada, le dice a Emo directo a los ojos:
“¿No dan ganas de suicidarse?”