martes, 20 de mayo de 2008

Una cerveza de nombre Achirica


Pedro Luis


Llevo a Cherna al Submarino porque dice no acordarse de haber entrado alguna vez. También porque él se encuentra de picher y yo de cacher. Ha lanzado en La Loma las medio muertas; con este calorón – dice él- no se mantienen frías por mucho tiempo.
Nos corren de la primera estación y llego al Sub con intención de ser una especie de guía interpretativo y platicarle a Cherna del mural “Heredarás el Submarino” de Gutemberg Rivero, obra que le da vida a uno de los locales de la alegría más veteranos de Villahermosa. Presumo que conocí al artista y una vez tuve el descaro de pedirle una colaboración para un proyecto… Pero te estas proyectando mucho me dice Cherna. Tiene razón, así que bajo de mi proyección y sigo con el mural, hablo de los personajes que han vivido y bebido en este lugar y ahora se encuentran inmortalizados en el mural de la pared izquierda, algunos viven todavía.
Sin embargo Cherna no me escucha, me interrumpe para caer en sus demonios de plástico. Necesita sacarlo y me cuenta de su pleito con la Comisión Federal de Electricidad; ellos lo están matando poco a poco de calor. No ha podido instalar un mini split que compró desde noviembre porque su medidor es de 110 y necesita uno de 220. Ésta es la hora que la Comisión no se lo cambia. Para aprovechar el bulto, el mini split, empaquetado y en su caja, fue utilizado por la señora madre de Cherna para instalar el tradicional nacimiento en diciembre pasado. Ha llegado mayo y sus calores, Cherna desespera, suda a mares, grita y patalea porque su cuarto sigue caliente.
Para salvar la plática que va de caída llega Rogelio religiosamente después de media noche. Pedimos otro vaso y le invitamos de nuestro abrevadero que igual suda en el centro de la mesa. Unos brindis y un nuevo berrinche del Cherna, ladra una vez más, se percata que no venden la marca de cerveza que a él le gusta. Rogelio aprovecha un caluroso silencio y nos muestra unos dibujos en los que trabaja. En unas hojas de papel bond que por lo visto fueron arrancadas de una libreta muy golpeada se encuentran unos desnudos eróticos, una pareja en su retozar después o durante el encuentro amoroso, una sábana a cuadros se repite en toda la serie y una armónica juega en las posiciones de la pareja, es un guiño del autor que gusta de blues en las esquinas e instrumentos de viento. Mientras observo hoja por hoja voy buscando donde anda la armónica, ¿estará en el suelo mientras la pareja juega? ¿La habrá colocado en la mano de él, en la de ella? Las últimas hojas de la serie sólo tienen a la pareja en posiciones sexuales; no sé si es apenas un boceto o el autor intenta que al final del juego de seducción aparezca solamente el “fin del secreto”, “la muerte chiquita”, que sólo importe los cuerpos, el vuelo final donde ya no importan armónicas, sábanas a cuadros, almohadas o catre. Sólo los cuerpos y el vacío.
En otro de esos silencios, Rogelio aprovecha una vez más y saca a relucir La Última Cena del maestro Gut. Cherna como no ve bien y no escucha lo que le dicen cuando está encabritado no le interesa la platica. La Última Cena de Gutemberg Rivero que, como el mural, puede ser apreciada en el mítico restaurante bar El Submarino, se trata de una última cena que acaba en parranda. Se puede ver a los discípulos agarrando el pedo y como típicos borrachos mexicanos, abrazados unos de otros, se van a seguir la peda a otra parte. En la mesa quedan botellas de vino y de cerveza mexicana. Al fondo en un cerro, se ve a su maestro en oración y a la espera de su destino. Sus discípulos se han emborrachado e intentan calmar sus penas con más vino y cerveza, quizás van a un lugar como El Submarino. Rogelio platica de todo esto y concluye que es una obra chingona. Estamos de acuerdo que sería interesante abordar ese tema de las últimas cenas que artistas en diferentes épocas y lugares han creado, de Leonardo a Dalí, de Gutemberg Rivero a David LaChapelle. La conversación olvida a la caguama que se calienta en medio de la mesa. Al probarla de nuevo, Cherna ya no está con nosotros, ha huido buscando nuevos refugios donde ladrar. Rogelio dice que la cerveza sabe horrible caliente, tiene razón; pienso en los admirados grecorromanos, cómo se atrevieron a beberla así. Supongo que nunca vivieron con cuarenta grados a la sombra. Rogelio y yo nos despedimos afuera del submarino, media hora antes de que cierren la escotilla.

viernes, 9 de mayo de 2008

CIBER CAFÉ SENTIMENTAL




Pedro Luis



Dan ternura las chicas de primer semestre. Llegan al negocio inocentes – ni tanto – y en sus grandes ojos, delgados cuerpos, intuyo las ganas de querer ser licenciadas en algo, salir de la prisión a la que llaman hogar, conseguir un trabajo bien remunerado, ser independientes, enamorarse y que ese amor dure para siempre.
Atiendo un ciber café en una universidad, no estudié tanto como esas chicas lo hacen. Creo que es mejor así porque si me dedicara a estudiar tendría esa mirada de carroña estudiantil, sería parte de la mafia de la sociedad de alumnos, estaría resentido con las compañeras que no prestan ni el acordeón. Sería de esos alumnos huevones que compran a los maestros, una contradicción de vejiga prominente vagando por el campus universitario.
De todas esas chicas de primer semestre están las más abusadas, las que llegan a coquetear y a preguntar cómo me llamo y si tengo novia, aunque en el fondo no les interese en lo más mínimo. Es así que se arruga el corazón, cobro menos y a las que están de buen ver a veces no les cobro nada.
Pero no hay comparación con las chicas de primer semestre entrando a veces con la mirada perdida por la puerta del ciber. Por ejemplo, la espigada de granos en la cara, libreta bajo el brazo, contando sus pesos y con las cuentas en el aire. A modo de broma y en serio me pregunta si hacemos descuento con la credencial de estudiante. Soy un perdedor ante ese tipo de miradas, las que parecen tocar el alma cuando en momentos de impresiones y cidis quemados no esperas. Le digo que no es nada.
El que la hace de jefe escucha mi respuesta. Me lanza unas miradas desde la mesa del servidor, unas miradas de lince avaro. Ni la música de trova a la que es muy afecto ablanda a ese corazón interesado. Fernando Delgadillo o Silvio Rodríguez se escuchan a todo volumen para amortiguar la incomodidad. Ni modos me digo, y me hundo en la silla que acompaña la mesa del servidor número dos. Se me descontará en mi quincena. Es así que llega el día de paga y todavía me pregunto cómo gano tan poco.