jueves, 30 de octubre de 2008

THE FLAMING LIPS


Wayne Coyne adentro de una burbuja transparente. Su staff lo lanza hacia el público mexicano. Toneladas de equipo naranja se esparcen sobre el escenario. Logramos tocar la burbuja por un instante y es nuestro pedazo de inmortalidad, el rostro excitado de Wayne supongo es igual a los rostros que tenemos los que vemos incrédulos desde afuera de la burbuja. Unos borrachos pelean en el público, aguafiestas nunca faltan para amargarle el momento a los fans de labios colorados de Flaming Lips.
La bola transparente rueda por el público maravillado por unos minutos y vuelve al escenario para que el vocalista salga de la burbuja a dar su show. Es la hora de los Flaming en el Motorokr Fest 08. Inician con “Race for the price”, una de las rolas más alegres de los chicos locos de Oklahoma, muy esperada por este escriba que salta sorprendido al escuchar la rola por la que rezaba a Yoshimi y a otros dioses para que la tocaran en su visita a México. Es la primera canción para arrancar una hora de verdadera magia musical.
La pelea de los que sólo llegan a los conciertos a estupidizarse con alcohol y drogas sigue pero ya no importa, The Flaming Lips está en el escenario, sobre este lo acompañan Tele Tubies que no dudo sean fans mexicanos que tuvieron la gran oportunidad de disfrazarse y estar con ellos en su espectáculo.
Wayne Coyne vestido como siempre de saco, muy elegante y de tono beige. Tiene una 'bazooka' donde lanza lluvias de serpentinas y confeti hacia el público, su bajista viste un traje de esqueleto (homenaje a John Entwistle, de The Who), a Steven Drozd sólo se le ven los cabellos y una playera naranja, su batería es del mismo color. Es imposible no saltar de felicidad al escuchar 'Race for The Prize'.
En la pantalla gigante que tiene el grupo atrás se ven todas las canas de Coyne, en la pantalla todos los colores del arco iris, el juego de luces junto con globos que rebotan entre el público asemeja a un reventón de antología. Wayne lleva colgado una maquina de hacer humo. Es la fiesta donde celebramos por fin la llegada a México de Flaming Lips, una banda que se divierte en cada una de sus presentaciones, que sabe hacer música y sabe entregarse. Ellos hacen que el viaje y el boleto valgan la pena.

jueves, 23 de octubre de 2008

CIBER PARA POETAS



Leo libros de poemas como si fueran una ruleta de la palabra que aniquila. Vuelvo a poemarios leídos una primera vez. Hay varios en una caja. Como si fueran enormes hojuelas de maíz derramadas en un plato los revuelvo, tomo uno y al abrirlo en cualquier página, caen unas hojas dobladas que contienen versos capturados en computadora, letra Times, 12 puntos.
Leo las hojas caídas del árbol de Jaime García Terrés. Me acuerdo de inmediato que se trata del ejercicio del Ciber para poetas, proyección de Alex Largo, un Bukowski que escribe cuando quiere pero que vive a lo Bukowski, de la republica hermana de Neza York, profundo viajero entre las células que explotan y la resistencia cósmica y urbana.
Las hojas son un ejercicio durante su estancia en Villa, en el taller del Monero y el Teatrero, donde además ensayó un grupo de rock progresivo, se hizo nacimientos y caricaturas políticas, se guardó escenografía e instrumentos de una compañía de teatro y un grupo de música afroantillana respectivamente.
Entre todo eso, Alex Largo se refugió en los rincones viviendo de la limosna y los brebajes ponzoñosos que invitaban los que podían. Ahí en esa posada, alguien le había obsequiado una computadora vieja, con Windos 98 y con un Word muy atrasado. Ahí concibió su Ciber para poetas. Donde él estaría dando el servicio desde esa computadora madre, y al mismo tiempo convocaría a una escritura grupal, un cadáver más exquisito por su tallereo en el mismo momento en que sucede la aparición del verso.
Nance y un servilleta fuimos sus conejillos de indias. Llegamos un día nubloso. Compramos cerveza y cigarros. Ya todos servidos, Alex Largo nos explicó el ejercicio: Se toma un poco de alcohol, se fuma si es necesario, y se escribe un verso o un párrafo. Después, el teclado se pasa al siguiente participante que inicia el mismo procedimiento. Tema libre.

Ha regresado y aquí se los dejó, Ciber para poetas, hecho en algún mes del 2008, por Alex Largo, la Nance y este seguro servilleta. Un cadáver exquisito, virtual, efímero y etílico.

EL CIBERSPACIO

Este punto se pierde,
y es posible imaginar
a un poeta maldito bebiendo café.
Había que desconectarse de este programa pasado.
El sol cae en tu espejo y quiebro mi cuerpo en nada.
La música de la vecina distorsiona el sentido.

Aparecen trazos en el monitor, colgados, un disco flexible, una impresora de inyección de tinta, textos impresos, borradores, colección de poemas reciclados, pocos llegarán a la fama.

Ella revienta. ¿Qué es gris? El cielo aparece verde.

Ya ha de ser como el atardecer, el ruido de los autos se ha armonizado, la vecina se quedó dormida.

El abismo marca el límite de tu ausencia, misterio y nada, salida que muerde la mariposa, mosca en la flor, viento en la piel.
La ciudad construye todo lo que no se ha visto.

Las furias nuevas están presentes. Puntos de sudores. El sol es como la conciencia del diablo. Este día, es el día cero del sol.

Ella recoge silencio. El rostro define su energía imaginable. En el cabello cortado están las raíces, se ve en los labios insinuación y melancolía. Tira piedras a las ventanas que se detienen en sus manos.

El encuentro significa la ruptura. El pensamiento averiado.

Definir el tiempo, espacio volátil, ilusión, emoción de ocio.

Movimiento que se esparce, canto demente.

Puente, presión de la imagen, continuación de la muerte.

Te ofrecen esta ciudad, el reloj que cuelga en palacio de gobierno, el tiempo de todos.

Un puente bajo las orillas del llamado, donde los teclados de la soledad invocan lo real de la derrota.

La salida no es para desaparecer por la emergencia de la locura.

El reflejo definía sus ojos enmarcados en miradas inciertas que lo negaban todo.

Este círculo no se cierra, no es circunferencia, no termina.

El abismo marca el sonido de tu ausencia, misterio de nada, salida que busca la mariposa.

domingo, 5 de octubre de 2008

Tlatelulco



Cruzo el Eje Central Lázaro Cárdenas y la zona arqueológica de Tlatelolco se observa ya imponente desde el puente peatonal. A un lado de los vestigios del imperio de Cuauhtémoc habita orgulloso el Centro Cultural Universitario, en los ventanales cuadriculados que adornan este recinto se encuentran plasmados acercamientos de rostros de la Colección Andrés Blaisten como los que hay en la obra de Fernando Castillo, por ejemplo. También incluyen acercamientos de fotos de los estudiantes del movimiento de 1968. Me dirijo a la extrema izquierda y paseo por la orilla de la zona arqueológica. Algunos jóvenes que yo presumo son estudiantes o egresados de la licenciatura de arqueología están en una de las pirámides más altas trabajando en una excavación. Sigo mi camino rodeando la zona arqueológica y llego a la parte trasera donde una enorme pared frontal del Centro Cultural Universitario es utilizada por dos jóvenes sin playera para jugar una especie de squash callejero donde en vez de raquetas usan sus puños bien cerrados. Sigo rodeando la zona arqueológica, más adelante la secretaria de relaciones exteriores y a un lado la iglesia donde en sus oscuros rincones se refugian parejas de enamorados.
Llego al monolito que está a un lado de los vestigios prehispánicos donde dice: “El 13 de agosto de 1921 heroicamente defendido por Cuauhtémoc cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortéz. No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”.
Estación, primera masacre. He llegado. Paso una contemplación por las ruinas y me detengo un rato. Estoy a punto de llegar a la Plaza de las tres culturas. Cuando estoy en medio de la plaza me dirijo a la estela que se yergue en el extremo derecho. Este monolito se levantó en 1993, tiene unos 20 nombres – de los oficiales – caídos el dos de octubre y al final un fragmento de Memorial de Tlatelolco de Rosario Castellanos. ¿Quién? ¿Quiénes? Se pregunta la poeta y así todo un pueblo que la sostiene atrás.
Los edificios en que miles de testigos oyeron y vieron la segunda masacre – esta hecha ya no por invasores extranjeros sino por propios mexicanos en el gobierno represor – siguen imponentes como los testigos mudos en que se han convertido.
Sigo caminando por la derecha y llego al Jardín de Santiago. Sus jardines y bancas de laberintos verdes y grises hacen del descanso una nueva contemplación. Una indigente, quizás, con alguna enfermedad, se encuentra sentada en una de las bancas. Guarda trapos viejos en una de las decenas de bolsas que están amarradas en un diablito. Tiene paños doblados en la cabeza. Es de edad avanzada. Entona una canción que al parecer inventa en momentos, la música y el tono son originales de los cantos a la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac. Su versión es: Yo me moriré, yo me moriré para siempre en ti o Yo no tengo a nadie, yo no tengo a nadie a quien llorar.
Todavia retumban los versos de Castellanos en la plaza de las tres culturas y la señora del jardín de santiago canta que no tiene a nadie a quien llorar, han pasado cuarenta años de la segunda matanza en Tlatelolco, chispa que produjo el México de hoy y todavia no hay tumbas para que los hijos y familiares de los desaparecidos tengan donde ir a llorar.
Regreso a la plaza y varios jóvenes de la UNAM levantan tres copias idénticas – sólo que en fibra de vidrio – del monolito donde estan algunos de los nombres de los caídos el dos de octubre junto con el fragmento del poema de Rosario Castellanos. Los preparativos para recordar las cuatro décadas de una de las páginas más vergonzozas del México moderno está a la vista. Los encargados de levantar los clones dicen que estarán separados por 8.33 metros cada uno. Así los dejo a unos días de que la bandera a media asta sea izada una vez más en la Plaza de las tres culturas.