lunes, 15 de diciembre de 2008
‘‘¡Ahí te va un beso de despedida, perro!’’
Quería escribir algo sobre este inolvidable suceso que me hizo carcajear e hizo que el dia fuera más bello de lo que ya era. Pero visité una de mis páginas favoritas a sabiendas de que el autor de dicho sitio no dejaría pasar este hecho para dar su punto de vista. La página es de uno de los grandes escritores de nuestra lengua, es "El cuaderno de Saramago".
Definitivamente es mejor leer a uno de los grandes y no dar mi opinión, que a lado del texto del Nobel radicado en Lanzaronte es innecesaria.
Aquí les dejo lo escrito por el gran José Saramago y de paso los invito a que visiten su página (http://cuaderno.josesaramago.org/) para disfrutar de una de las plumas más lúcidas de nuestro español.
El golpe final
Diciembre 16, 2008 by José Saramago
La risa es inmediata. Ver al presidente de Estados Unidos encogiéndose tras un micrófono mientras un zapato vuela sobre su cabeza es un excelente ejercicio para los músculos de la cara que controlan la carcajada. Este hombre, famoso por su abisal ignorancia y por sus continuos dislates lingüísticos, nos ha hecho reír muchas veces durante los últimos ocho años. Este hombre, también famoso por otras razones menos atractivas, paranoico contumaz, nos ha dado mil motivos para que lo detestásemos, a él y a sus acólitos, cómplices en la falsedad y en la intriga, mentes pervertidas que han hecho de la política internacional una farsa trágica y de la simples dignidad el mejor objetivo de la irrisión absoluta. Verdaderamente el mundo, a pesar del desolador espectáculo que nos ofrece todos los días, no merece un Bush. Lo hemos tenido, lo sufrimos hasta tal punto que la victoria de Barack Obama ha sido considerada por mucha gente como una especie de justicia divina. Tardía, como en general es la justicia, pero definitiva. Pero todavía nos faltaba el golpe final, nos faltaban esos zapatos que un periodista de la televisión iraquí lanzó sobre la mentirosa y descarada fachada que tenía enfrente y que pueden ser entendidos de dos formas: o esos zapatos deberían tener unos pies dentro y el objetivo del golpe sería la parte curva del cuerpo donde la espalda cambia de nombre, o entonces Muntazer al Ziadi (quede su nombre para la posteridad) encontró la manera más contundente y eficaz de expresar su desprecio. El ridículo. Un par de puntapiés tampoco estarían mal, pero el ridículo es para siempre. Voto por el ridículo.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
Saludos al satélite Morelos
Ver mapa más grande
Entonces dios creó al hombre a imagen y semejanza de él, y el hombre creo a Google Earth a imagen y semejanza del mundo.
Estamos aprendiendo a usar este divertido juguete y como muchos de los millones de usuarios de Google Earth es imposible dejar de buscar tu casa en las tomas increíbles que mandan los satélites.
Entonces aquí es donde vivo actualmente, donde se encuentra el globito azul, (el famoso marcador de posición de Google Maps).
Atrás, donde se encuentra la cruz azul es donde llevo a la cancerbera de este blog a hacer sus necesidades y a coquetear con dos o tres perrunos.
A un costado se puede ver una raya azul vertical, esa es la cancha de fútbol de la prepa de la colonia, prepa donde me expulsaron pero ese es tema para otro post.
Tengo dos años viviendo aquí y la toma del satélite es vieja, ha cambiado mucho. Sin embargo es increíble lo que uno se puede divertir con esta herramienta. El mundo se ha hecho una ventana donde inmóviles, podemos ver lo que hemos hecho con este pobre planeta.
Para manejar la vista panorámica usen los cursores que están a la derecha del cuadro. Si le dan varios click a la flecha que indica hacia la derecha podrán ver la toma aérea de la zona CICOM (Centro Internacional de la Cultura Olmeca y Maya) donde se encuentran algunas piezas arqueológicas de nuestros antiguos mexicanos. A un lado podrán observar el río Grijalva que se desbordó en 2007 y que tanto daño nos hizo a los habitantes del Centro. Pero eso ya pasó…
Un saludo, voy a dar un paseo por la India.
lunes, 1 de diciembre de 2008
Príncipe/mendigo, músico y aviador

“Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados,
sin tratar de abrirlos jamás”
René Descartes
René Descartes
La turbulencia y la impericia del piloto causaron el desastre. Un salto del viento y un soñador sin programa de vuelo. Desde principios de año el compromiso de llevar vidas sanas y salvas ya no era lo primordial. Nunca reconoció que una cierta depresión lo invadía; su refugio: esa simple pero profunda embriaguez del amor por volar, espina de divino aire; lo hacia débil y se corrompía, como todos. Por eso la turbulencia le pareció normal. Desde comienzos de su dudosa carrera por los cielos la turbulencia estuvo de su lado. Digamos que hubo una comunicación entre los malos rumbos y los malos hábitos; allá, desde arriba. Era un hombre seguro en la turbulencia.
Sobre todo era un romántico de altos vuelos. Desde que leyó El Principito a dueto con un antiguo amor y supo que el autor del libro un buen día había montado en su aeronave y se había perdido en el cielo, un cierto brillo invadió sus ojos. Negó siempre que el libro lo haya marcado más aquel antiguo amor que lo leyó junto a él que el hecho de que en la obra se hablara sobre aviones y el gusto por volar.
Posteriormente supo la historia del músico Glenn Miller, su vuelo se perdió misteriosamente cuando se dirigía a París para iniciar una gira. Desde entonces empezó a escuchar Swing. Siempre llevaba una vieja edición de El Principito cuando iba a volar.
Era ya un ritual escuchar In the moood de Glenn Miller Orchesta antes de subir a la aeronave.
Los compañeros del trabajo un día lo planearon, a modo de broma, regalarle una capa como la que usaba El Principito en sus aventuras. Lo pensaron bien y decidieron no dársela. Conociéndolo lo hubiera tomado muy en serio y era capaz de no dejar la capa ni para dormir.
Mejor fue dejarlo en paz, quizás – se comentaban los compañeros, pilotos y sobrecargos, - es puro asunto de superstición. Algunos mencionaron que en efecto, cada uno tenía amuletos que usaban en sus vuelos: una corbata roja, regalo de la esposa, o los viejos boxer negros que tanta guerra han aguantado, entre otros. Sin embargo, estuvieron de acuerdo que a ninguno se le hubiera ocurrido llevar consigo algo que le recuerde el extravío de un avión por los aires.
La turbulencia siguió sus saltos de viento. El piloto jugaba a perderse en los aires con la imaginación llena de principitos y músicos de jazz. Las nubes eran para él, pequeños hoyos blancos con oasis de imaginación, nubes con turbulencia.
La impericia llegó el día menos esperado. Cuando la confianza volaba más alto que la aeronave. Minutos antes de abordar había hablado con su compadre, un político que escalaba muy rápido la ruta del poder, ambicioso y que por intereses personales había colocado al soñador aéreo como parte de su equipo de trabajo sin pasar algunos exámenes necesarios para obtener el puesto de capitán. Se iban a ver el fin de semana, ¿el plan? Salir fuera de la ciudad con la familia e ir a comer a un paradisiaco restaurante, tendrían tiempo para platicar de dos o tres cosas. Quizás, aprovecharía para contarle a su compadre de Saint-Exupery y Glenn Miller. Pero sospechaba que eran otros temas de más importancia los que se iban a tocar.
El libro se mantenía a su lado. El copiloto lo observó de reojo. Cada uno hizo una mueca distinta en la cabina y en silencio prosiguieron a esperar la autorización de la torre de control. Despegaron.
Se acercaba la noche en el cielo y al jet no le faltaba mucho para llegar a su destino. Le aconsejaron reducir la velocidad pues una estela de turbulencia de un Boeing que había volado antes por ese rumbo seguía en el aire. No escuchó. El era pariente de las turbulencias. Podría dominarlas sin ningún obstáculo, por eso le dieron la chamba de capitán, de príncipe, de músico de jazz.
Pero hizo presencia el jalón del destino, turbulencia no conocida. Con más pena que miedo sintió cómo se le iba el timón de las manos. Fue un latigazo, no dio tiempo de hacer nada. En los últimos segundos pudo ver cómo las luces de la ciudad se le hacían grandes, escuchó los gritos de los pasajeros y sólo pensó en dios.
Unos segundos antes de que el desastre llegara a Reforma, un automovilista desafortunado, futura lamentable víctima, prendía la radio de su vehículo y dio con un programa de jazz del que era asiduo radio-escucha; el locutor anunciaba que a continuación disfrutarían un tema ejecutado por el capitán Glenn Miller y su orquesta, la canción era: In the Mood.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)