
Hoy se cumplen 39 años de la desaparición física de José Carlos Becerra (Villahermosa, Tabasco; 21 de mayo de 1936 - Brindisi, Italia; 28 de mayo de 1970.) Desde hace más de diez años la universidad de esta ciudad que lo vio nacer le rinde homenaje con las “Jornadas Becerra”; lecturas, conferencias entre otras actividades. Hace unos días el poeta tabasqueño Teodosio García Ruíz dijo en una conferencia magistral a los jóvenes universitarios que la muerte de José Carlos es una de las muertes “más pendejas que han ocurrido”, (cito textual) pues si era pésimo manejando – como le sucede a grandes genios de la poesía y la pintura – de plano se hubiera ido en barco o en avión a Grecia, destino de Becerra y al que desafortunadamente no pudo llegar.
Yo sólo pienso que su muerte fue absurda como el destino lo es muchas veces.
Hace unos años la maestra Thelma Nava me envió por mail un poema de José Carlos. En el correo la poeta me cuenta de la amistad que tenía con el autor de "Oscura palabra". Me lo mandó diciéndome que este poema lo publicó en su revista “Pájaro Cascabel” y no aparece en “El otoño recorre las islas”, la antología de Becerra que hicieron Gabriel Zaíd y José Emilio Pacheco. Aquí se los dejo para recordar a uno de los poetas más influyentes no sólo para los jóvenes poetas en Tabasco, influencia reconocida en muchas partes de México y el mundo.
La boca más triste
La soledad es la boca más triste que he conocido.
En el color con que los peces se ahondan en la tierra,
es la noche que brota de los cuerpos no oídos.
Llega la noche en un convoy de árboles.
Árboles donde la primavera es una lectura prodigiosa
y el invierno es un ave blanca posada en las ramas.
La soledad es un vaso donde el agua anochece
sin un viento de labios.
Permítanme esta usanza pasada de moda:
el corazón se sienta
entre las cuatro paredes de una mirada fija.
Apunta mi silencio hacia la noche.
Estoy pronto para arribar al secreto,
al secreto como un mar que describe vigilante
peces que son susurros de bocas ya gastadas.
Canta fuera del mundo mi dolor no nacido.
Atestiguo la sed que en ciertos cuellos
aparece como un collar sombrío.
La noche cede al mundo su color de universo.
Aquel nombre ponía en los labios su vida de gacela.
Aquel nombre descansaba en los labios
como a la margen de un río. Aquel nombre
miraba pasar a otros nombres
y se quedaba.
Barcos de otoño guían mi pesadumbre.
Mañana en unos labios
la luz será cicatriz ostensible.
Profundidad paseando en la sonrisa,
sonrisa donde se alza la boca como un cuello cortado,
como un cuerpo marcado para siempre
por la profundidad del mar.
Un suspiro puede agrietar el pecho,
la luna es una travesía insondable.
El párpado es el ave de lo oscuro,
de los ojos la noche se levanta
como la historia de un guerrero.
La soledad es un tranvía equivocado.
La soledad es la desnudez invisible.
En mi frente el viento desentierra recuerdos.
El sol echa raíces en los cabellos rubios de una niña,
mañana el invierno repartirá dulces en el parque.
Yo sólo pienso que su muerte fue absurda como el destino lo es muchas veces.
Hace unos años la maestra Thelma Nava me envió por mail un poema de José Carlos. En el correo la poeta me cuenta de la amistad que tenía con el autor de "Oscura palabra". Me lo mandó diciéndome que este poema lo publicó en su revista “Pájaro Cascabel” y no aparece en “El otoño recorre las islas”, la antología de Becerra que hicieron Gabriel Zaíd y José Emilio Pacheco. Aquí se los dejo para recordar a uno de los poetas más influyentes no sólo para los jóvenes poetas en Tabasco, influencia reconocida en muchas partes de México y el mundo.
La boca más triste
La soledad es la boca más triste que he conocido.
En el color con que los peces se ahondan en la tierra,
es la noche que brota de los cuerpos no oídos.
Llega la noche en un convoy de árboles.
Árboles donde la primavera es una lectura prodigiosa
y el invierno es un ave blanca posada en las ramas.
La soledad es un vaso donde el agua anochece
sin un viento de labios.
Permítanme esta usanza pasada de moda:
el corazón se sienta
entre las cuatro paredes de una mirada fija.
Apunta mi silencio hacia la noche.
Estoy pronto para arribar al secreto,
al secreto como un mar que describe vigilante
peces que son susurros de bocas ya gastadas.
Canta fuera del mundo mi dolor no nacido.
Atestiguo la sed que en ciertos cuellos
aparece como un collar sombrío.
La noche cede al mundo su color de universo.
Aquel nombre ponía en los labios su vida de gacela.
Aquel nombre descansaba en los labios
como a la margen de un río. Aquel nombre
miraba pasar a otros nombres
y se quedaba.
Barcos de otoño guían mi pesadumbre.
Mañana en unos labios
la luz será cicatriz ostensible.
Profundidad paseando en la sonrisa,
sonrisa donde se alza la boca como un cuello cortado,
como un cuerpo marcado para siempre
por la profundidad del mar.
Un suspiro puede agrietar el pecho,
la luna es una travesía insondable.
El párpado es el ave de lo oscuro,
de los ojos la noche se levanta
como la historia de un guerrero.
La soledad es un tranvía equivocado.
La soledad es la desnudez invisible.
En mi frente el viento desentierra recuerdos.
El sol echa raíces en los cabellos rubios de una niña,
mañana el invierno repartirá dulces en el parque.
José Carlos Becerra
(Poema publicado en el núm. 14-15 de la revista Pájaro Cascabel, noviembre-enero 1964-1965)
(Poema publicado en el núm. 14-15 de la revista Pájaro Cascabel, noviembre-enero 1964-1965)
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