
El sol quema desde temprano. Lo piensas para salir de casa. El licenciado en el Telereportaje pronostica un termómetro de cuarenta grados pero tú estás afuera todos los días a la hora pico. Sabes que puede llegar a más.
El ventilador muy cerca del rostro. El vaivén de la hamaca es perenne. Si no fuera porque tienes que salir a ganarte el pan con el sudor de todo tu cuerpo.
Semana mayor. Calor de altura. El triciclo hierve en el asfalto caliente. Vendes mojarra y pejelagarto por las colonias más populares del centro. Esta semana santa es tu agosto. Pero no sabes si en verdad vale la pena tostarse por unas monedas. El paliacate mojado y apenas lleva tres pasadas por ese rostro rugoso que se llena de agua en cada esquina.
Lo único bello que observas gracias a este calor son las chocas que salen con minifalda, con pantaloncitos pegados o con diminutas blusas regalando una postal digna para que ese escultor de la Mujer Ceiba – no recuerdas su nombre –haga una nueva serie de ese tremendo asunto y las ubique por todo el malecón de la colonia Gaviotas. “Gavioteras con cuerpo de ceiba” piensas que podría llamarse.
Llegas a la esquina donde queda la casa de Doña Panchita. Ella vende hielo en bolsa, su anuncio que cuelga en la puerta de su casa lo dice, también se lee que vende paletas de chocaven. Le compras a la viejita una bolsa de hielo para depositarla en trocitos en el termo lleno de agua de posol. Lista la gasolina. Puedes pedalear unas dos o tres colonias más.
La venta no es como años pasados. Comer pescado en semana santa puede ser ya un lujo. Un cliente pregunta si las mojarras son buenas, que si no eres uno de esos que pescan en el río Grijalva desde el puente Gaviotas donde muchos van a probar suerte cuando no hay para comer. El cliente dice que esos pescados del Grijalva están llenos de mierda de tabasqueños. Contestas más irritado por el sol que por su comentario que las mojarras y pejelagartos son de tu socio, tiene su puesto en el mercado Pino Suárez. Son de agua limpia. Para acabar la discusión – estás seguro, no comprará – mencionas que en el Grijalva ya no se ven mojarras, los pescados que captura la gente en el río se llaman “bobos”. La palabra “bobo” la pronuncias con énfasis, el señor te hace mala cara. Sin inmutarte continúas tu camino a puro pedal ardiente. Te secas una vez más el rostro con el paliacate y reinicias tu ya popular grito: “Hay pescado frescoooooo”.
El ventilador muy cerca del rostro. El vaivén de la hamaca es perenne. Si no fuera porque tienes que salir a ganarte el pan con el sudor de todo tu cuerpo.
Semana mayor. Calor de altura. El triciclo hierve en el asfalto caliente. Vendes mojarra y pejelagarto por las colonias más populares del centro. Esta semana santa es tu agosto. Pero no sabes si en verdad vale la pena tostarse por unas monedas. El paliacate mojado y apenas lleva tres pasadas por ese rostro rugoso que se llena de agua en cada esquina.
Lo único bello que observas gracias a este calor son las chocas que salen con minifalda, con pantaloncitos pegados o con diminutas blusas regalando una postal digna para que ese escultor de la Mujer Ceiba – no recuerdas su nombre –haga una nueva serie de ese tremendo asunto y las ubique por todo el malecón de la colonia Gaviotas. “Gavioteras con cuerpo de ceiba” piensas que podría llamarse.
Llegas a la esquina donde queda la casa de Doña Panchita. Ella vende hielo en bolsa, su anuncio que cuelga en la puerta de su casa lo dice, también se lee que vende paletas de chocaven. Le compras a la viejita una bolsa de hielo para depositarla en trocitos en el termo lleno de agua de posol. Lista la gasolina. Puedes pedalear unas dos o tres colonias más.
La venta no es como años pasados. Comer pescado en semana santa puede ser ya un lujo. Un cliente pregunta si las mojarras son buenas, que si no eres uno de esos que pescan en el río Grijalva desde el puente Gaviotas donde muchos van a probar suerte cuando no hay para comer. El cliente dice que esos pescados del Grijalva están llenos de mierda de tabasqueños. Contestas más irritado por el sol que por su comentario que las mojarras y pejelagartos son de tu socio, tiene su puesto en el mercado Pino Suárez. Son de agua limpia. Para acabar la discusión – estás seguro, no comprará – mencionas que en el Grijalva ya no se ven mojarras, los pescados que captura la gente en el río se llaman “bobos”. La palabra “bobo” la pronuncias con énfasis, el señor te hace mala cara. Sin inmutarte continúas tu camino a puro pedal ardiente. Te secas una vez más el rostro con el paliacate y reinicias tu ya popular grito: “Hay pescado frescoooooo”.
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